Las siete vasijas de oro

Cuento de la codicia

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Al pasar un barbero debajo de un árbol embrujado, oyó una voz que le decía:

– ¿Te gustaría poseer las siete tinajas de oro?

El barbero miró alrededor suyo y no vio a nadie. Pero su codicia se había despertado y respondió con avidez:

– Sí, me gustaría mucho.

– Entonces ve a tu casa enseguida… -dijo la voz- y allí las encontrarás.

El barbero retornó a su casa con grandes pasos. Y, en efecto, allí estaban las siete tinajas, todas llenas de oro, menos una que no estaba llena. Entonces el barbero no pudo soportar la idea que una tinaja no estuviera llena del todo. Sintió un violento deseo de llenarla porqué de lo contrario no sería feliz.

Fundió todas las joyas de la familia en monedas y las puso a la tinaja. Pero esta continuaba igual que antes: medio llena. ¡Aquello lo exasperaba! Se puso a ahorrar y economizar como un loco, hasta el punto de hacer pasar hambre a la familia. Todo era inútil. Por mucho oro que introdujera en la tinaja, ésta continuaba siempre medio llena.

Por suerte un día consiguió que el Rey le doblara el sueldo. Así recomenzó su lucha por llenar la tinaja. Incluso llegó a mendigar. Y la tinaja engullía tantas piezas de oro como le introducían, pero rehusaba obstinadamente a llenarse.

El Rey se dio cuenta del famélico aspecto del barbero. Y le preguntó:

– ¿Qué te pasa?

– Cuando tu sueldo era más pequeño, eras tan feliz.

– Y ahora que te he doblado el sueldo estás destrozado y abatido

– ¿No será que te han dado las siete tinajas de oro?

El barbero quedo muy sorprendido:

– ¿Quién os lo ha dicho, Majestad?, – preguntó.

El Rey se rio.

– Es evidente que tienes los síntomas de la persona a quien el fantasma ha dado las siete tinajas. Una vez me las ofreció a mí. Cuando le pregunté si el oro podía ser gastado o era únicamente por ser atesorado, él se esfumó sin decir ni un vocablo. Aquel oro no podía ser gastado. Lo único que hace es producir el vehemente impulso de amasar más oro cada día. Ve, pues, y devuélvelo al fantasma ahora mismo y serás de nuevo un hombre feliz.

Cuando te das cuenta que nada te falta, el mundo entero te pertenece

 

Autor: Joost Scharrenberg

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