Cultivando en familia

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En este editorial les comparto algunos fragmentos de la columna Decía la abuela donde narré la aventura que era estar en la cocina como ayudante de la abuela o de mamá preparando ricas comidas de lo que se cultivaba en la pequeña huerta que teníamos en casa. Seguramente algunos de los lectores se sentirán afines a estas experiencias ya que era muy común, principalmente en las provincias del país, tener una huerta con uno o varios frutos.

En el fondo de casa mamá y la abuela habían plantado zapallos, sandias y toda clase de plantas aromáticas y yuyos medicinales. Era una pequeña huerta, que en diferentes horarios del día era visitado por un grupo de abejas, un picaflor multicolor y pájaros que divertidamente se posaban en las finas ramas del burrito manteniendo el equilibrio y saltando entre la madre selva y el jazmín de leche.

Todavía abrazo esos momentos que quedaron grabados en la retina de una niña amante de las plantas y los árboles, como los pinos y eucaliptus que rodeaban mi casa como guardianes de la maravillosa naturaleza que me vio crecer.
En esos tiempos de niñez junto a mi hermano mellizo, Javier, siempre estábamos aventurándonos en la cocina, ya que éramos bastante intrépidos y golosos. Algunos domingos nos tocaba pelar las semillas de girasol de lo cual recuerdo comíamos la mitad, otras veces ayudábamos a elegir las semillas de zapallo que la abuela tostaría en la sartén con unas gotitas de aceite y una pizquita de sal. Al enfriarse esas semillas las guardábamos en bolsitas que se sumarian a la vianda que llevábamos al colegio como colación durante la semana.

Recuerdo que el zapallo crecía rápidamente y al haber tantos se preparaban dulces y se cocinaba de diferentes formas, y nada se tiraba ya que la cascara se lavaba bien y se cortaba en trozos para hacerlo hervir con las otras verduras como el choclo, las papas, las zanahorias, la remolacha. Se comía las cascaras de todas las verduras, ese caldo era el elixir de mi abuela principalmente para fortalecer el sistema inmunológico. Recordemos que en esos tiempos los cultivos de frutas, verduras y hortalizas no recibían pesticidas tan tóxicos como en estos tiempos, ya que antes lo más común era utilizar pesticidas naturales como el vinagre entre tantos otros.

Saboreo todavía esos momentos del pan dulce, o salado, que hacía en el horno de barro mi mamá para acompañarlo con el mate cocido con hojas de burrito y azúcar quemada.

Tomar los saberes de nuestros ancestros es el tesoro más valioso que tenemos todos los seres humanos, ellos siguen resonando en cada integrante de la familia, hay mucha sabiduría que encontrar, especialmente en la manera de cocinar, cultivar alimentos con nutrientes, la forma de conservarlos, las recetas de los preparados para fortalecer nuestro cuerpo, los ungüentos que sanaban heridas, las hierbas que ayudaban a sedar y calmar un dolor estomacal, mucho que aprender de la familia. Porque como dice el dicho: “La familia es lo primero”.

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