Decía la abuela que cuando llegara el otoño, todos tendríamos que recibirlo con alegría porque es la época donde la madre naturaleza nos regala los últimos frutos maduros del verano y ese calorcito del sol radiante nos visitaría cada vez menos, había que preparase para el invierno. Días antes del equinoccio de otoño se limpiaba cada rincón de la casa y se organizaba todas las alacenas de la cocina, se preparaban los frascos para las conservas, entre las que se hacían verduras de estación al escabeche y también las mermeladas de frutas. Todas estarían listas para saborearse cuando llegue el frío invierno.
El ritual empezaba al mediodía en la cocina sahumando con canela en rama, todas las esquinas del lugar y en el centro de la sala decía: “Madre tierra gracias por los alimentos recibidos, y los que recibiremos, activa en nuestro corazón tu generoso amor, que este suave aroma traiga prosperidad, armonía, salud y amor a todos los integrantes de la casa.”
Después continuaba por otros espacios del hogar y recuerdo que lo hacía en sentido de las agujas del reloj y repetía su oración. Al terminar su recorrido dejaba frente a la puerta de la casa la vasija con la canela encendida y le sumaba incienso diciendo: “Que este incienso sea el escudo de protección para todos los habitantes del lugar, gracias, gracias, gracias, así es y así será”.
"UN MOMENTO PUEDE CAMBIAR UN DÍA, UN DÍA PUEDE CAMBIAR UNA VIDA Y UNA VIDA PUEDE CAMBIAR EL MUNDO"
Gautama Buda
La vida está llena de momentos y cada uno de ellos me ha enseñado atesorarlo. Plasmar en este espacio de tiempo las experiencias y saberes ancestrales, es mantener viva la luz interna que nos legaron, sigamos transitando el camino. ¡Despertando lo esencial!
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