Dos venenos blancos

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Si bien se suele definir que los cinco venenos blancos son la sal refinada, el azúcar refinada, la leche vacuna industrial, el arroz blanco y la harina refinada en este número haremos hincapié solamente en las dos primeras.

Sal refinada
La realidad es que el ser humano está compuesto en gran parte por sal y se sabe que la sal marina, así como la sal de las montañas, contiene ochenta y cuatro elementos esenciales para nuestro cuerpo en su proporción exacta. El agua salada del mar es una solución que contiene los elementos que necesitamos por lo cual se le está dando cada vez más importancia a ésta que es como una gran placenta para nutrir nuestros cuerpos (véase el nº 5, octubre 2020. Revista-bienestar.com.ar/el-poder-del-agua/).
El problema se encuentra en que la sal refinada, la de mesa común y la comida industrial, ha perdido el equilibrio en su composición. Ésta en su desequilibrio aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardio-vasculares. Contiene un exceso de sodio y de potasio. Para hacernos una idea no deberíamos consumir más de 1.500 miligramos (menos de media cucharadita) por día.
El paso entre aquella saludable moneda de cambio que proporcionada al humano los elementos esenciales para nuestra subsistencia en las proporciones ideales con el veneno actual -que es simple cloruro sódico sin minerales salvo los agregados artificialmente que son el yodo y el fluor (ambos con umbrales fáciles de sobrepasar convirtiéndolos así en tóxicos)- es producto de la industria alimenticia actual. Su justificación por los minerales que quitaron, junto con muchos oligoelementos, que no los consideraban innecesarios. El gusto salado lo da el cloruro sódico y a eso le añaden, porque supuestamente ayudan, el yodo a las tiroides y el fluor a los dientes. Si uno fuese desconfiado pensaría que es adrede, para perjudicar nuestra salud.
Se sabe que una ingesta alta de sodio aumenta los niveles de presión arterial que a la larga va perjudicando nuestras arterias y vasos sanguíneos además del corazón. Dicen que el 30% de la población mundial tiene hipertensión.
Vale saber que la sal refinada tampoco se lleva bien con nuestro sistema digestivo. Una ingesta elevada conduce a la retención de líquidos en las células que como consecuencia dan hinchazón (no es solo un tema estético).
A su vez hay estudios que sostienen que una ingesta elevada de sal refinada aumenta el riesgo de desarrollar cáncer de estómago debido al daño que produce en el revestimiento interno de ese órgano.
El calcio, que es fundamental para nuestros huesos, se pierde al orinar y eso aumenta mucho si hay mucho sodio en nuestro cuerpo. En consecuencia el exceso de sal refinada puede favorecer a, por ejemplo, la osteoporosis.
Los riñones deben realizar un gran esfuerzo para eliminar el exceso de sodio, o los minerales agregados, de la sal de mesa. Por lo que un exceso de sal refinada puede estar vinculado a enfermedades renales.
La ingesta alta de sal refinada se ha relacionado con bloqueos en arterias que llevan sangre al cerebro, lo que provoca una disminución del suministro de sangre con las consecuencias negativas que podemos imaginar para el órgano que piensa.

Azúcar refinada
El azúcar refinada no contiene proteínas (ni aminoácidos), vitaminas, minerales, grasas y ni siquiera enzimas o microelementos que beneficien al ser humano. Es simple energía, sin más nada. Bien sabemos que si no se usa se almacena en forma de grasas en los órganos o de modo subcutáneo, en otras palabras son causantes de obesidad además de caries y una larga serie de desequilibrios y enfermedades.
Substituir por edulcorantes químicos no es la solución dado que suelen ser aún más nocivos para nuestra salud, dado que, por poner de ejemplos al aspartame, la sacarina y los ciclamatos, aumentan el riesgo de cáncer.
Volviendo al azúcar blanca refinada habría que entender que ni siquiera merece ser considerada un alimento dado el proceso de producción que transita antes de llegar a nuestras mesas.
Si bien es extraída de fuentes vegetales, como la caña de azúcar o la remolacha, a las que se les extrae el jugo cabe entender que se le elimina toda fibra y proteína lo que implica un 90% de dichas plantas. Luego nos enteramos que pasa por procesos químicos muy agresivos: se blanquea con cal viva cuya reacción química elimina toda vitamina y luego se le agrega dióxido de carbono para acelerar la cal. El líquido azucarado pasa luego por tubos donde se separan las impurezas para culminar el tratamiento con sulfato de calcio y ácido sulfúrico que terminan de decolorar y dejar así el producto casi blanco.
La ciencia ha demostrado que cuando la sacarosa entra pura al cuerpo, sin otros compuestos que la acompañen, sobreexige al páncreas que produce desesperadamente insulina para reducir los niveles de glucosa en sangre. Ahora, si el aporte de azúcar refinada es continuo y supera las necesidades de las células, acaba acumulándose –como decíamos más arriba- en forma de grasa en el cuerpo.
Como si fuera poco, el azúcar no solo no aporta nada interesante, sino que al contrario dificulta la asimilación de vitaminas y minerales.
La súbita subida de glucosa en la sangre deja a las células de todo el cuerpo con más “hambre de glucosa”, pero la demanda es más rápida de lo que el cuerpo da abasto para volverla en una energía útil. Eso genera un estrés corporal que produce adrenalina para exigirle al hígado glucosa más rápido lo cual altera el funcionamiento de dicho órgano, cuya tarea principal no es ésta, sino depurarnos de las sustancias tóxicas que entran al organismo.
Como consecuencia negativa se sabe que el consumo de azúcar refinada puede dar origen a enfermedades como la obesidad y la diabetes así como también, indirectamente, a trastornos cardiovasculares, cáncer y alteraciones inmunitarias. Y también emocionales, lo cual es fácilmente comprobable en los niños cuyo comportamiento luego de la ingesta de azúcar los hacen más hiperactivos. Si a esto le sumamos que la medicina de las farmacéuticas trata síntomas con fármacos en lugar de ir a la raíz del problema podemos empeorar mucho más cualquiera de estos cuadros.

Y entonces…
¿Cómo hacemos?
Se recomienda acostumbrar al paladar al gran abanico de sabores que contienen los diversos alimentos, en especial los orgánicos y sin proceso industrial. Para salar utilizar preferentemente sal marina.
Incluir frutas (no jugos) en la dieta diaria hará que saciemos la necesidad de dulce mientras el organismo recibe hidratos de carbono de la fructosa pero hilvanados con una serie de fibras y nutrientes que tendrán un efecto muy benéfico para nosotros. Y para endulzar se recomienda preferentemente la miel que tiene una larga serie de beneficios por lo que sería merecedora de su propio artículo en esta publicación.
Recuerde que la industria alimentaria está íntimamente ligada a la industria farmacológica, y ambas, claro está son negocios que buscan obtener sus máximos beneficios económicos. Su salud es su propia responsabilidad por lo que el conocimiento es poder… ¡vivir saludablemente!

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