“La domesticación y el sueño del planeta”

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Miguel Ruiz nos explica en su renombrado libro de sabiduría tolteca, Los Cuatro Acuerdos, como la ilusión en la que estamos inmersos los seres humanos nos viene limitando en nuestro desarrollo y nos entrega la llave, para salir de dicha ilusión.
Ruiz sostiene que “Soñar es la función principal de la mente”, y que “la mente sueña veinticuatro horas al día”. Soñamos despiertos y dormidos, solo que cuando estamos despiertos sostiene que “hay un marco material que nos hace percibir las cosas de una forma lineal”. Luego existe el sueño colectivo que nos condiciona a todos y éste “incluye todas las reglas de la sociedad, sus creencias, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y maneras de ser, sus gobiernos, sus escuelas, sus acontecimientos sociales y sus celebraciones”.
Según Ruiz nacemos con la capacidad de aprender a soñar y quienes “nos preceden nos enseñan a soñar de la forma en que lo hace la sociedad” y así, “utilizando nuestra atención aprendimos una realidad completa, un sueño completo”. Así aprendimos valores de conducta y sobre lo que es creíble y no, lo aceptable y no, “qué es bueno y qué es malo; qué es bello y qué es feo; qué es correcto y qué es incorrecto”.
Ya desde nuestra lengua estamos condicionados, donde “cada letra, cada palabra de cada lengua, es un acuerdo”. Y sostiene, “una vez que entendemos el código, nuestra atención queda atrapada y la energía se transfiere de una persona a otra”.
Ruiz opina que “de niños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias”, pero que sí estuvimos de acuerdo con la información que otros seres humanos nos transmitieron del sueño del planeta”. Y que “la única forma de almacenar información es por acuerdo”.
Explica que puede haber pasado que quizá nos hayamos rebelado en contra de ellas, pero que “no éramos lo bastante fuertes para que nuestra rebelión triunfase. El resultado es que nos rendimos a las creencias mediante nuestro acuerdo”.

La domesticación
Ese proceso en que aprendimos a vivir y soñar lo llama “la domesticación de los seres humanos”. Y en ese contexto también aprendemos a juzgar; a nosotros y a otros.
La domesticación, sostiene, se hace como se adiestra a un animal: con un sistema sofisticado de premios y castigos. Por el miedo a ser castigados y a no recibir la recompensa, comenzamos a fingir que somos lo que no somos, buscando ser lo suficientemente buenos para otros.
En el proceso de complacer están primero los padres, sigue el colegio y luego las otras instituciones. “El miedo a ser rechazados se convirtió en el miedo a no ser lo bastante buenos. Al final, acabamos siendo alguien que no éramos. Nos convertimos en una copia de las creencias de mamá, las creencias de papá, las creencias de la sociedad y las creencias de la religión. En el proceso de domesticación, perdimos todas nuestras tendencias naturales”.
Luego aclara que “la domesticación es tan poderosa que, en un determinado momento de nuestra vida, ya no necesitamos que nadie nos domestique”, porque “ahora nos domesticamos a nosotros mismos según el sistema de creencias que nos transmitieron y utilizando el mismo sistema de castigo y recompensa”.
Ruiz llama al sistema de creencias que gobierna nuestra mente como el Libro de la Ley. Y que “cualquier cosa que esté en ese Libro de la Ley es nuestra verdad”. Y “cada vez que hacemos algo que va contra el Libro de la Ley, el juez dice que somos culpables”.
Y “el Juez interior”, sostiene, lo juzga todo, mientras “la Víctima” es la parte nuestra que recibe y acepta los juicios. “La Víctima carga con la culpa, el reproche y la vergüenza. Es esa parte nuestra que dice: «¡Pobre de mí! No soy suficientemente bueno, ni inteligente, ni atractivo, y no merezco ser amado. ¡Pobre de mí!». El gran Juez lo reconoce y dice: «Sí, no vales lo suficiente». Y todo esto se fundamenta en un sistema de creencias en el que jamás escogimos creer. Y el sistema es tan fuerte que, incluso años después de haber entrado en contacto con nuevos conceptos y de intentar tomar nuestras propias decisiones, nos damos cuenta de que esas creencias todavía controlan nuestra vida.”
Y cualquier cosa que vaya en contra del Libro de la Ley, sostiene el autor, generará “miedo”, e incumplir sus mandatos generará “heridas emocionales”. Y lo que es más triste: “Aunque el Libro de la Ley esté equivocado, hace que nos sintamos seguros.”
Por esa razón, para desafiar nuestras propias creencias necesitamos, sostiene, una gran valentía.
Otro tema grave explica Ruiz es que pagamos reiteradas veces por el mismo error, porque “cada vez que lo recordamos, nos juzgamos de nuevo”. Y lo mismo hacia nuestros seres cercanos, del mismo modo en que ellos proyectan hacia nosotros sus juicios. “Cada vez que recordamos el error, los culpamos de nuevo y les enviamos todo el veneno emocional que sentimos frente a la injusticia, hacemos que vuelvan a pagar por ello.” El problema es que eso no es justo y el Libro de la Ley está errado: “Todo el sueño se fundamenta en una ley falsa. El 95 por ciento de las creencias que hemos almacenado en nuestra mente no son más que mentiras, y si sufrimos es porque creemos en todas ellas”, sostiene el autor.

Infierno colectivo
Ruiz dice que “El sueño externo no es un sueño placentero; es un sueño lleno de violencia, de miedo, de guerra, de injusticia. El sueño personal de los seres humanos varía, pero en conjunto es una pesadilla. Si observamos la sociedad humana, comprobamos que es un lugar en el que resulta muy difícil vivir, porque está gobernado por el miedo”.
Y ahí compara el sueño de la sociedad humana con las descripciones del infierno de las distintas religiones del mundo y sostiene que son iguales: “Cada vez que sentimos emociones como la cólera, los celos, la envidia o el odio, experimentamos un fuego que arde en nuestro interior”. Respecto del infierno agrega: “Ningún ser humano puede condenar a otro al infierno, porque ya estamos en él. Es cierto que los demás pueden llevarnos a un infierno todavía más profundo, pero únicamente si nosotros se lo permitimos.”
Y, sin embargo, sostiene que podríamos disfrutar de un sueño agradable. Lo que nos impide es el modo en que buscamos los valores de verdad, justicia y belleza: “Estamos inmersos en una búsqueda eterna de la verdad porque sólo creemos en las mentiras que hemos almacenado en nuestra mente. Buscamos la justicia porque en el sistema de creencias que tenemos no existe. Buscamos la belleza porque, por muy bella que sea una persona, no creemos que lo sea. Seguimos buscando y buscando cuando todo está ya en nosotros”.
Que lo que nos ciega ver la verdad, sostiene Ruiz, es nuestra ceguera por las falsas creencias que llevamos en nuestras mentes, lo que hace que necesitemos “sentir que tenemos razón y que los demás están equivocados. Confiamos en lo que creemos, y nuestras creencias nos invitan a sufrir. Es como si viviésemos en medio de una bruma que nos impide ver más allá de nuestras propias narices”. Esa bruma mental los toltecas la llaman “mitote” y en la India se llama “maya” (ilusión). Sostiene que “Nos resulta imposible ver quiénes somos verdaderamente.” Y que esta bruma es la “razón por la cual los seres humanos nos resistimos a la vida. Estar vivos es nuestro mayor miedo. No es la muerte; nuestro mayor miedo es arriesgarnos a vivir: correr el riesgo de estar vivos y de expresar lo que realmente somos.”

Imagen de perfección
En lugar de ver lo que es, vemos lo que nuestra interpretación de nuestra domesticación dice que debería ser. “Durante el proceso de domesticación, nos formamos una imagen mental de la perfección con el fin de tratar de ser lo suficientemente buenos”, pero no encajamos en ella. Y como no somos lo suficientemente buenos para nosotros mismos, porque no encajamos en nuestra propia imagen de perfección, entonces nos rechazamos a nosotros mismos. “Nos resulta imposible perdonarnos por no ser lo que desearíamos ser, o mejor dicho, por no ser quien creemos que deberíamos ser.”
Y por eso “Nos maltratamos a nosotros mismos y utilizamos a otras personas para que nos maltraten. (…) Nadie, en toda tu vida, te ha maltratado más que tú mismo. El límite del maltrato que tolerarás de otra persona es exactamente el mismo al que te sometes tú. Si alguien llega a maltratarte un poco más, lo más probable es que te alejes de esa persona. Sin embargo, si alguien te maltrata un poco menos de lo que sueles maltratarte tú, seguramente continuarás con esa relación y la tolerarás siempre.”
Necesitamos aceptarnos, amarnos, aceptar a los otros y amarlos. El problema radica en esos acuerdos: “Has establecido millares de acuerdos contigo mismo, con otras personas, con el sueño que es tu vida, con Dios, con la sociedad, con tus padres, con tu pareja, con tus hijos; pero los acuerdos más importantes son los que has hecho contigo mismo. En esos acuerdos te has dicho quién eres, qué sientes, qué crees y cómo debes comportarte. El resultado es lo que llamas tu personalidad. En esos acuerdos dices: «Esto es lo que soy. Esto es lo que creo. Soy capaz de hacer ciertas cosas y hay otras que no puedo hacer. Esto es real y lo otro es fantasía; esto es posible y aquello es imposible».”

Cambios de acuerdos
Ahora, “Si quieres vivir con alegría y satisfacción, debes hallar la valentía necesaria para romper esos acuerdos que se basan en el miedo y reclamar tu poder personal. Los acuerdos que surgen del miedo requieren un gran gasto de energía, pero los que surgen del amor nos ayudan a conservar nuestra energía e incluso a aumentarla.”
Luego Miguel Ruiz explica que poseemos una determinada cantidad de poder personal que “se renueva cada día con el descanso”. Pero, lamentablemente “gastamos todo nuestro poder personal primero en crear esos acuerdos, y después en mantenerlos”. Entonces nos incita a rebelarnos contra dichos acuerdos: “Cada vez que rompes un acuerdo, todo el poder que utilizaste para crearlo vuelve a ti. (…) Si somos capaces de reconocer que nuestra vida está gobernada por nuestros acuerdos y el sueño de nuestra vida no nos gusta, necesitamos cambiar los acuerdos. Cuando finalmente estemos dispuestos a cambiarlos, habrá cuatro acuerdos muy poderosos que nos ayudarán a romper aquellos otros que surgen del miedo y agotan nuestra energía.
Profundizaremos en los cuatro acuerdos que propone en números venideros, sin embargo, como adelanto titulemos: “Sé impecable con tus palabras”, “No te tomes nada personalmente”, “No hagas suposiciones” y “Haz siempre lo máximo que puedas”.

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