Hablemos de longevidad

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Un mito muy difundido actualmente dice que el ser humano es hoy más longevo que antes. Si nos fijamos en las estadísticas posiblemente sea cierto que en promedio un ser humano vive hoy más. Gracias a ciertos descubrimientos se ha aumentado el promedio de vida principalmente por dos razones: menos niños mueren en el parto y sus primeros años de vida. Y se ha aumentado unos años de vida, gracias a operaciones y medicamentos, a personas que ya están con una salud debilitada.
Pero también es cierto que si un ser humano antes superaba el nacimiento y sus primeros años de vida era muy posible -salvo que muera en guerra o por otra calamidad- que viva por muchos años. Debemos entender que la salud y el largo de la vida depende mucho del modo en que se vive.
Cuando promediamos, o sea sumamos todos los años que vivieron personas que nacieron en cierto período y luego lo dividimos en cantidad de seres humanos, nos puede inducir a imaginar mal las cosas. Por ejemplo, si fallecen muchos bebés entenderán que baja mucho el promedio. O si hubo guerras con muchas muertes el promedio también baja. Por eso es un tanto falaz promediar para imaginar la cantidad de años que vivió una persona en otro período.
La realidad es que el cuerpo humano sufre su desgaste y la muerte es parte de este proceso de aprendizaje que llamamos vida.
Si nos confiamos en la Biblia (Génesis 5:32, contado por Moisés) sabemos que hubo una familia prediluviana muy longeva, con individuos que casi llegan a los mil años de vida. Matusalém, el abuelo de Noé, habría vivido 969 años. En diez generaciones el promedio de edad dicen que superaba los 850 años. Tal vez por ser el más longevo es que nos dejó el dicho: “Más viejo que Matusalém”.
Después del diluvio las edades bajan visiblemente manteniendose en promedio en unos 330 años.
Hay estudios que muestran que los romanos de la aristocracia -sino morían de modo violento- vivían más de cien años. De ahí en más nuestra duración posible de la vida se mantiene bastante estable.
También hoy hay personas en distintos lados que superan los cien años. De 114 o 115, incluso leí de una mujer que decían haber llegando a los 122. Y hay casos aún más longevos: según Elideal.es en 1933 falleció en China Li Ching Yuen quien habría vivido 256 años y tres días (hubo fuentes que lo desmienten, habría vivido tan “solo” 197 años). Había recibido premios por longevidad a los 150 y a los 200 años. Era maestro de qi gong, artes marciales y hierbas medicinales y cuidaba mucho su dieta. Una vuelta ya muy mayor le contestó a un periodista del The New York Times su secreto para la longevidad: “Mantén un corazón tranquilo, siéntate como una tortuga, camina rápido como una paloma, y duerme como un perro”.
De todos modos no es nuestra intención acá encontrar el record para el Guinness (que tiene ejemplo de personas con hasta 115 años si no me equivoco) sino de entender que bien llevada la vida podríamos mantenernos en este cuerpo tal vez más que lo que el inconsciente colectivo acepta.
Convengamos que en general la gente muere antes, ya pasar los 80 suele ser un tema. En mi opinión superar actualmente los cien años ya es todo un hito, y es posible, así que llamemos a eso longevo.
Ahora, observemos bien a quienes superan los 100. Primero que nada suele ser gente que no está dependiendo de fármacos. Éstos suelen estirar un poco la vida, pero apenas unos años o décadas. Es muy difícil reencontrar el equilibrio una vez que éste se ha roto.
Ahora, observemos zonas en el mundo que tiene un alto porcentaje de personas longevas, de más de cien años: islas como Cerdeña (Italia), Okinawa (Japón), Icaria (Grecia) y otras zonas más elevadas con costa como Nicoya (Costa Rica) o más montañosas como Vilcabamba (Ecuador), Valle de Hunza (Pakistán) o la zona del Cáucaso (pertenece a Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Turquía, Irán y Rusia). Más allá del viento de mar o montaña que tienen en común esos lugares, lo que vemos es que están separados del ritmo de la civilización occidental actual. No están ahumados como nosotros por vehículos contaminantes, alimentos modificados genéticamente (realizados por los mismos laboratorios que hacen los “remedios”) y rociados con venenos, ondas electromagnéticas, no utilizan la medicina de los laboratorios y no viven estrés, entre tantas cosas. Y qué hacen en común todos: el esfuerzo físico y el ejercicio está incluido en su vida diaria, tienen un buen descanso en tranquilidad, además se alimentan bien de modo natural y en caso de alguna enfermedad o mal recurren a medicinas naturales.
Esto es un paneo, una hoja de ruta de cómo podríamos vivir mejor. Y también es un desafío a no dejarnos llevar por esa “fe” ciega a la industria farmacológica, para recordar que el camino natural siempre es superador.

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